UNA COPA VACIA
SALÍ DE CASA COMO CADA MAÑANA a recorrer mis 8 km diarios de footing mientras mi mujer se estaría poniendo en la cabeza de rulos de colores y la redecilla.
Me había dicho que aquella mañana venía la gorda de su hermana y la irritante y hija de esta para probarle el traje de la comunión. Para endulzar todavía más la escena habían invitado a la bruja de le señora Smith, nuestra vecina que les iba a enseñar a hacer una nueva tarta de queso y merengue.
Aquel domingo el barrio estaba tranquilo, todavía no eran ni las 10 y apenas se veía nadie por la calle, de pronto me di cuenta de que el perro se me había vuelto a escapar. Giré la calle y lo ví con la lengua fuera parado en la acera, expectante, le hice la seña de que me esperase, pero comenzó a dar largas zancadas y lo volví a perder de vista.
Volví a torcer a la derecha con la intención de continuar por un lado del parque junto a las casas residenciales de la base americana. Se notaba que el tiempo había cambiado hacía dos semanas que habíamos entrado en el invierno, pero aquel día era el primero en el que el frío y el viento se hacía notar. El cielo estaba nublado y pasó un avión que comenzó a descender hacia el aeropuerto. Aquel día llevaba el chándal gris que mi mujer me había comprado el primer día de las rebajas que como cada año intentaba ser de las primeras quedándose toda la noche junto a alguna cacatúa de sus amigas.
El pantalón me venía pequeño y la sudadera también marcándome en exceso la barriga.
Que manía con comprármelo todo pequeño.
Había salido sin desayunar, lo haría después a la vuelta, cuando regresase yo y el perro y comprase el periódico en el quiosco del parque, así por un rato, solo en la cocina evitaría las cursiladas de mi cuñada Bilma, con sus labios pintados de fucsia y su pelo cardado. Eso por no hablar de su culo gordo, siempre encerrado en aquellas faldas que parecían que fuesen a explotar. Y su voz de pito, llamando a su hija, que era un clon de ella misma pero con 7 años y perennemente vestida de tarta de cumpleaños.
Todo esto unido a mi mujer, una bipolar como ella decía que un mes transformaba el garaje en un taller de cerámica para pasar al siguiente a permanecer todo el día haciendo yoga o transformando todo el jardín en una huerta ecológica. Como iba pensando este sería el agradable y normalizado panorama que me esperaba hoy al volver a casa.
Me paré un momento sosteniéndome las rodillas con las manos, miré a un lado, a otro y no ví al perro, maldito perro. O mejor dicho maldita mi mujer que era la dueña del perro.
Llevaba años aguantándola, sus manías, su colección de plumeros para quitar el polvo, sus fajas, sus cremas pegajosas y sus rulos por la noche.
Estaba harto, pero ahora mirándome con estos años, mi precario trabajo por turnos en la fábrica de repuestos de automóvil y encima esta calva y esta barriga, de poco ya me servía quejarme.
Seguí corriendo y vi a Rex al fondo, aquel día me estaba cansando más de lo normal, así que me tuve que parar más de una vez sujetándome en un árbol. Ya estaba cerca de el, cuando lo cogiese le iba a dar su merecido.
De repente se paró en seco y cuando casi ya lo tenía volvió a girar la calle y se metió en lo que parecía una gran casa.
Ya casi no podía correr, llevaba toda la sudadera mojada, miré a ambos lados de la calle, no había nadie, solo coches aparcados, oscuros y caros coches aparcados. Sin pensárlo entré en aquella casa por lo que parecía un alto jardín de setos, volví a ver a rex, que por un momento me miró y salió corriendo. Casi sin fuerzas fui tras el, la casa era enorme con un jardín muy cuidado, se oían voces, como de mucha gente y el sonido tenue de una música clásica a lo lejos..
Vi a Rex meterse en a la parte trasera de la casa, entré corriendo casi sin respiración en lo que parecía una gran cocina, Rex cruzó la estancia y yo tras el, de primeras casi nadie nos prestó atención pero de pronto oí un grito aterrador y me giré y ví a una muchacha negra vestida de criada gritando mientras miraba la escena. Del susto se le había caído la cofia en una bandeja de canapés.
Yo intentaba articular alguna palabra y hacerle algún gesto tranquilizador con mis manos, cuando oí un gran revuelo, me giré, al fondo había una gran sala, me aproximé avanzando unos pasos y vi aquella estancia llena de gente vestida de negro, algunos sentados y otros de pie alrededor de un ataúd abierto y rodeado de flores con la bandera americana cubriendo parte de el.
De repente como si de una broma macabra se tratase Rex fue corriendo hacia allí y de un solo mordisco agarró la bandera y salió corriendo. Todo el mundo permanecía en silencio. Una señora llena de joyas se había quedado paralizada mientras yo miraba la cara del difunto que por un momento me aprecio que esbozaba una tímida e imperceptible sonrisa.
Salí corriendo detrás del perro como si me hubiesen puesto un soplete en el culo, la chacha que me miraba como si fuese el demonio había desaparecido y con ella los canapés, vi una bandeja llena de copas de champagne y agarré una.
El maldito perro corría como un poseso con la bandera americana en la boca ondeando al viento como si del día de la independencia se tratase. yo apenas lo podía seguir, mi respiración parecía una locomotora, apreté el paso por miedo a que me siguieran de la casa en la que me había metido. Lo tenía cerca, de hecho creo que lo hubiese alcanzado cuando pisé una cáscara de plátano y me caí de culo en un charco de barro. No lo podía creer, aquello no me podía estar pasando a mí. Lo mejor de todo es que la copa que llevaba en una mano se había salvado lo mismo que el líquido que contenía.
Llamé al perro gritando como si fuese lo último que iba a decir en mi vida, una señora que pasaba por allí me miró y salió corriendo.
Lo mataba, a aquel pero lo iba a matar aquel día, a la mierda con la protectora de animales.
Encima se puso a Llover y bastante, iba como una sopa, lleno de barro, persiguiendo a un perro estúpido y con una copa en la mano.
Yo ya no podía más pero ya casi estaba en casa. Ese perro iba fuera de casa, fuera de mi vida. En esto pensaba cuando lo ví jadeante y con la bandera hecha jirones en el suelo. Parecía sonreírme el muy idiota, la volvió a agarrar y se adelantó corriendo hacia la casa del fondo que era la mía. Yo saqué fuerzas de flaqueza y corrí hacía el. Extrañamente ví que la puerta estaba entreabierta. El perro subió de un salto las escaleras, de repente se abalanzó sobre la puerta y como a cámara lenta aterrizó sobre la alfombra del salón volando con la bandera americana.
La irritante señora Smith, nuestra vecina, sacaba en ese momento la tarta del hormo con unos paños, al ver entrar volando un perro y una bandera a la vez se descuidó quemándose las manos y lanzando un grito horroroso a la vez que soltó con todas sus fuerzas la tarta que salió despedida y cayó justo encima de la cara de mi cuñada que se giraba en ese momento a ver que ocurría.
Mi cuñada al notar aquella cosa pegajosa y caliente encima de su cara le clavó sin querer las agujas que le estaba poniendo a su hija en la espalda de aquel ridículo y horroroso vestido de comunión. Al notar el pinchazo la cría se puso a gritar lanzando un chirriante sonido que mas parecía el pitido de una olla a presión cayéndose del taburete que estaba subida, dándose un buen coscorrón.
Mi cuñada cuando se pudo quitar aquello de la cara salió corriendo espantada hacía la puerta, entonces fue cuando yo entraba y nos dimos de bruces.
Desperté con un cubo de agua fría en la cara tumbado en el frío césped, al abrir los ojos vi la cara llena de merengue y desdibujada de mi cuñada la de mi vecina soplándose las manos y la de mi mujer mirándome con la cara de color verde por su mascarilla de pepino de los domingos.
A mi lado se encontraba la cría llorando y pataleando con el traje de comunión puesto, a su lado estaba el perro tumbado mirando todo aquello. Por un segundo me di cuenta que mi mano todavía sostenía la copa, milagrosamente todavía quedaba un sorbo que no se había perdido. Seguro que sería caro. Después de todo aquello, no todo se había perdido.
Aquel domingo el barrio estaba tranquilo, todavía no eran ni las 10 y apenas se veía nadie por la calle, de pronto me di cuenta de que el perro se me había vuelto a escapar. Giré la calle y lo ví con la lengua fuera parado en la acera, expectante, le hice la seña de que me esperase, pero comenzó a dar largas zancadas y lo volví a perder de vista.
Volví a torcer a la derecha con la intención de continuar por un lado del parque junto a las casas residenciales de la base americana. Se notaba que el tiempo había cambiado hacía dos semanas que habíamos entrado en el invierno, pero aquel día era el primero en el que el frío y el viento se hacía notar. El cielo estaba nublado y pasó un avión que comenzó a descender hacia el aeropuerto. Aquel día llevaba el chándal gris que mi mujer me había comprado el primer día de las rebajas que como cada año intentaba ser de las primeras quedándose toda la noche junto a alguna cacatúa de sus amigas.
El pantalón me venía pequeño y la sudadera también marcándome en exceso la barriga.
Que manía con comprármelo todo pequeño.
Había salido sin desayunar, lo haría después a la vuelta, cuando regresase yo y el perro y comprase el periódico en el quiosco del parque, así por un rato, solo en la cocina evitaría las cursiladas de mi cuñada Bilma, con sus labios pintados de fucsia y su pelo cardado. Eso por no hablar de su culo gordo, siempre encerrado en aquellas faldas que parecían que fuesen a explotar. Y su voz de pito, llamando a su hija, que era un clon de ella misma pero con 7 años y perennemente vestida de tarta de cumpleaños.
Todo esto unido a mi mujer, una bipolar como ella decía que un mes transformaba el garaje en un taller de cerámica para pasar al siguiente a permanecer todo el día haciendo yoga o transformando todo el jardín en una huerta ecológica. Como iba pensando este sería el agradable y normalizado panorama que me esperaba hoy al volver a casa.
Me paré un momento sosteniéndome las rodillas con las manos, miré a un lado, a otro y no ví al perro, maldito perro. O mejor dicho maldita mi mujer que era la dueña del perro.
Llevaba años aguantándola, sus manías, su colección de plumeros para quitar el polvo, sus fajas, sus cremas pegajosas y sus rulos por la noche.
Estaba harto, pero ahora mirándome con estos años, mi precario trabajo por turnos en la fábrica de repuestos de automóvil y encima esta calva y esta barriga, de poco ya me servía quejarme.
Seguí corriendo y vi a Rex al fondo, aquel día me estaba cansando más de lo normal, así que me tuve que parar más de una vez sujetándome en un árbol. Ya estaba cerca de el, cuando lo cogiese le iba a dar su merecido.
De repente se paró en seco y cuando casi ya lo tenía volvió a girar la calle y se metió en lo que parecía una gran casa.
Ya casi no podía correr, llevaba toda la sudadera mojada, miré a ambos lados de la calle, no había nadie, solo coches aparcados, oscuros y caros coches aparcados. Sin pensárlo entré en aquella casa por lo que parecía un alto jardín de setos, volví a ver a rex, que por un momento me miró y salió corriendo. Casi sin fuerzas fui tras el, la casa era enorme con un jardín muy cuidado, se oían voces, como de mucha gente y el sonido tenue de una música clásica a lo lejos..
Vi a Rex meterse en a la parte trasera de la casa, entré corriendo casi sin respiración en lo que parecía una gran cocina, Rex cruzó la estancia y yo tras el, de primeras casi nadie nos prestó atención pero de pronto oí un grito aterrador y me giré y ví a una muchacha negra vestida de criada gritando mientras miraba la escena. Del susto se le había caído la cofia en una bandeja de canapés.
Yo intentaba articular alguna palabra y hacerle algún gesto tranquilizador con mis manos, cuando oí un gran revuelo, me giré, al fondo había una gran sala, me aproximé avanzando unos pasos y vi aquella estancia llena de gente vestida de negro, algunos sentados y otros de pie alrededor de un ataúd abierto y rodeado de flores con la bandera americana cubriendo parte de el.
De repente como si de una broma macabra se tratase Rex fue corriendo hacia allí y de un solo mordisco agarró la bandera y salió corriendo. Todo el mundo permanecía en silencio. Una señora llena de joyas se había quedado paralizada mientras yo miraba la cara del difunto que por un momento me aprecio que esbozaba una tímida e imperceptible sonrisa.
Salí corriendo detrás del perro como si me hubiesen puesto un soplete en el culo, la chacha que me miraba como si fuese el demonio había desaparecido y con ella los canapés, vi una bandeja llena de copas de champagne y agarré una.
El maldito perro corría como un poseso con la bandera americana en la boca ondeando al viento como si del día de la independencia se tratase. yo apenas lo podía seguir, mi respiración parecía una locomotora, apreté el paso por miedo a que me siguieran de la casa en la que me había metido. Lo tenía cerca, de hecho creo que lo hubiese alcanzado cuando pisé una cáscara de plátano y me caí de culo en un charco de barro. No lo podía creer, aquello no me podía estar pasando a mí. Lo mejor de todo es que la copa que llevaba en una mano se había salvado lo mismo que el líquido que contenía.
Llamé al perro gritando como si fuese lo último que iba a decir en mi vida, una señora que pasaba por allí me miró y salió corriendo.
Lo mataba, a aquel pero lo iba a matar aquel día, a la mierda con la protectora de animales.
Encima se puso a Llover y bastante, iba como una sopa, lleno de barro, persiguiendo a un perro estúpido y con una copa en la mano.
Yo ya no podía más pero ya casi estaba en casa. Ese perro iba fuera de casa, fuera de mi vida. En esto pensaba cuando lo ví jadeante y con la bandera hecha jirones en el suelo. Parecía sonreírme el muy idiota, la volvió a agarrar y se adelantó corriendo hacia la casa del fondo que era la mía. Yo saqué fuerzas de flaqueza y corrí hacía el. Extrañamente ví que la puerta estaba entreabierta. El perro subió de un salto las escaleras, de repente se abalanzó sobre la puerta y como a cámara lenta aterrizó sobre la alfombra del salón volando con la bandera americana.
La irritante señora Smith, nuestra vecina, sacaba en ese momento la tarta del hormo con unos paños, al ver entrar volando un perro y una bandera a la vez se descuidó quemándose las manos y lanzando un grito horroroso a la vez que soltó con todas sus fuerzas la tarta que salió despedida y cayó justo encima de la cara de mi cuñada que se giraba en ese momento a ver que ocurría.
Mi cuñada al notar aquella cosa pegajosa y caliente encima de su cara le clavó sin querer las agujas que le estaba poniendo a su hija en la espalda de aquel ridículo y horroroso vestido de comunión. Al notar el pinchazo la cría se puso a gritar lanzando un chirriante sonido que mas parecía el pitido de una olla a presión cayéndose del taburete que estaba subida, dándose un buen coscorrón.
Mi cuñada cuando se pudo quitar aquello de la cara salió corriendo espantada hacía la puerta, entonces fue cuando yo entraba y nos dimos de bruces.
Desperté con un cubo de agua fría en la cara tumbado en el frío césped, al abrir los ojos vi la cara llena de merengue y desdibujada de mi cuñada la de mi vecina soplándose las manos y la de mi mujer mirándome con la cara de color verde por su mascarilla de pepino de los domingos.
A mi lado se encontraba la cría llorando y pataleando con el traje de comunión puesto, a su lado estaba el perro tumbado mirando todo aquello. Por un segundo me di cuenta que mi mano todavía sostenía la copa, milagrosamente todavía quedaba un sorbo que no se había perdido. Seguro que sería caro. Después de todo aquello, no todo se había perdido.
2 comments:
un interesante relato, divertido. Sobre todo el final es muy curioso.
Un saludo
Me he reído mucho Luis. El final, aparte de curioso, resulta inquietante.
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