Wednesday, December 23, 2009

No me quieras tanto muñeca



No me quieras tanto, muñeca.

New York 1944

Sam comenzaba a estar harto de aquella cena, no estaban todos los que debían haber venido. Sin embargo los que sí que habían acudido a su llamada parecían extraños, había algo en ellos que no dejaba de provocarle cierta desconfianza.
Aplastó la colilla del puro que se había estado fumando y se pasó la palma de la mano por la frente sudada.
Había bebido mucho, demasiado, a su lado Betty tonteaba con Toryno el hijo pequeño de Carlo.
Estaba claro que su papel de dueño y señor del negocio de la zona norte de Manhatan estaba en entredicho, la policía miraba cada uno de los pasos de sus hombres y en las últimas semanas les habían parado varias operaciones en la aduana del puerto.
Casi como si un rayo le atravesase la nuca, dio un fuerte golpe con el puño cerrado encima de la mesa, dos copas cayeron al suelo y todo el mundo guardó silencio.
Con brusquedad echó la silla hacía atrás y se levantó agarrando del brazo a la rubia tonta que aquella noche le acompañaba.
Necesitaba salir a la calle y respirar, alguien pareció querer levantarse de la mesa, él, con un gesto autoritario lo dejó bien claro. Al momento les trajeron los abrigos y salieron.
Betty había bebido demasiado y se reía de una forma nerviosa sin saber muy bien por qué.
En la calle cogieron el coche, Sam le dio la noche libre al chofer, quería conducir el mismo.
La noche era fría para ser comienzos de noviembre y una densa niebla había comenzado a instalarse en la ciudad.
Arrancó el coche y encendió la radio, sonaba una canción de Buddie Holliday, mientras cogía el desvío de la calle treinta y ocho para bajar al bulevar que daba al río Hudson, miró un momento a Betty que mirándose en un espejito dorado re retocaba los labios.
Su vida era un desastre, su mujer se imaginaba algo, apenas veía a sus hijos, y sus conquistas cada día eran más desastrosas, sin ir más lejos Susan su última amante, era la chica más estúpida que había conocido nunca y además bizca. La muy tonta pensó que se podría llegar a casar con el.
Esa misma tarde había comprado un anillo de oro con un gran diamante para su mujer, en la cara interior había grabada una frase, al día siguiente se lo daría y todo volvería a ser como antes. Aunque esa noche quería pasárselo bien con aquella chica y acabar la noche por todo lo alto.
La mano de Betty lo sacó de sus pensamientos, se había acurrucado a su lado y le abrazaba fuertemente por el brazo, de repente la mano de Betty notó algo en el bolsillo del abrigo de Sam.
Este la apartó y le dijo que dejase aquello que no era nada que tuviese que ver con ella, Betty lo miró y lanzó un pequeño gruñido volviendo a su sitio.
Definitivamente la niebla se había echado en la bahía, las luces se veían desenfocadas y borrosas y un ambiente frío y húmedo se había instalado a aquellas horas.
Aparcaron en la puerta del hotel Santa Mónica, a este, hacía solo unos meses que venía, al Hudson dejó de ir después de destrozar una habitación que tuvo que pagar.
Cruzaron la oscura recepción sin apenas mirar al viejo recepcionista que por la hora que era, a punto debería de estar de terminar el turno de tarde.
Llamarse Sam Cock tenía esos privilegios en aquella ciudad, no pedir permiso, largarse sin pagar, coger lo que a uno le apeteciese, decidir quien seguía y quien no….
Mientras subían en el ascensor bebió un trago de la botella de Bourbón a mitad que había cogido del coche, al verlo Betty sonrió y abrió los labios pintados con rojo carmín.
Sam acercó la botella y le echó un chorrito del licor, unas gotas resbalaron por la comisura de su boca. El ascensor había parado, los dos salieron cogidos y riéndose.

Al llegar a la habitación se quitaron los abrigos, subieron la calefacción y Betty se puso una copa. Sam entró al baño necesitaba darse una ducha estaba aturdido y demasiado borracho.
Betty había encendido la radio, la orquesta Radio City hall tocaba una balada romántica, se encendió un cigarrillo, miró a su alrededor y vio los dos abrigos colgados, se acercó y metió la mano en el bolsillo derecho del abrigo negro de franela de Sam.
Sacó aquel extraño bulto envuelto en un papel de color rojo.
Un estuche, era un estuche pequeño, sabía que no debía abrirlo, aunque quizá fuese un regalo para ella, al abrir la cajita vio un precioso anillo de oro con un gran brillante en el centro.
El corazón le latía a cien por hora, se sentía mareada, se lo puso y miró su delgada mano, se lo volvió a quitar y al mirarlo mejor se dio cuenta de que dentro había algo escrito.
Se lo acercó a los ojos, A mi amada esposa Brenda
Un calor y una especie de asfixia se había instalado en su interior, ella no era nada, y el un mentiroso, solo la estaba utilizando, aunque él le hubiese prometido varias veces que pensaba dejar a su mujer.
Se abrió la puerta del baño y apareció Sam con sus 92 Kg de peso y su metro noventa de estatura solo con los calzoncillos puestos.
Betty comenzó a gritar y a vocear cada vez más fuerte, Sam al ver el anillo en su mano se lo cogió y le dio un sonoro bofetón. Betty lo miró, cogió su abrigo, abrió la puerta y salió de la habitación.
Sam se bebió de un trago la copa que había dejado Betty y comenzó a reírse con unas sonoras carcajadas. Aquella chica era tonta y no merecía la pena, pero no quería pasar aquella noche solo, necesitaba que volviera.
Sin pensarlo, ni ponerse nada encima salió de la habitación, dejando la puerta abierta y bajó corriendo las escaleras, tres pisos, la moqueta azul bajo sus pies parecía deslizarse.
Casi sin respiración llegó a la recepción, estaba muy oscura a aquellas horas, apenas una lamparilla encendida detrás del mueble mostrador.

Betty en la calle lloraba y fumaba un cigarrillo, mientras se subía el cuello del abrigo esperando que parase a aquellas horas algún taxi.
A pesar de la ducha Sam se sentía mareado y confuso, Betty no estaba y apenas se veía nada.
Susan, que hacía apenas dos semanas que había comenzado a trabajar en aquel hotelucho, en el turno de noche, se había dormido por unos momentos.
Un ruido la despertó, se había fundido una lámpara en la sala y a aquellas horas que apagaban las luces de la calle, apenas se veía nada.
De pronto distinguió una figura, una figura grande y corpulenta que tambaleante avanzaba hacia ella, había algo en aquella escena que Susan reconocía como familiar, aquel porte, aquel andar indeciso, está muy nerviosa y muerta de miedo, quería gritar y pedir ayuda, pero estaba paralizada.
De repente, presa del pánico se levantó y cogió el revolver del teintayocho que tenía en el primer cajón, la figura se acerca hacia ella.
Sonaron tres disparos en la noche, Un primero sonoro y hueco, como un cañonazo y los otros dos casi seguidos, como una campaña y su propio eco.
Unos segundos antes Betty cerraba la puerta de un taxi que había parado, justo antes de arrancar, al mirar el edificio desdibujado por la niebla, pensó que nunca volveria a ver a aquel hombre al que tanto ha querido.
En la radio del taxi sonaba la melodía de una canción de moda que decía, no me quieras tanto muñeca, que soy un chico malo y quizá no fuese tan buena idea que de mi te fueses a enamorar
.
Susan llorando y horrorizada, dejó caer el revolver al suelo y acercándose al borde del mostrador acercó la lámpara y bajo su luz vio la imagen de Sam Cock en el suelo con el pecho ensangrentado. Junto a el, aunque Susan no lo viese a través de sus gruesas lentes había un anillo de oro y diamantes.
Un anillo muy parecido al que tantas veces soñó que el le regalaría.

Susan rompió a llorar mientras a lo lejos comienzó a escucharse el sonido de las sirenas de la policía.