Aquel año, el día que entraba el otoño llegó con la noticia de la prematura muerte de un amigo, un inesperado y siempre certero ataque al corazón, ese día tuve las manos extrañamente frías y ásperas.
Uno de esos amigos de la infancia a los que el tiempo y la vida se encargo de poner distancias, barreras invisibles forradas de olvido, círculos de humo que se diluyen en el aire.
Ese día me di cuenta de lo frágil de nuestra existencia, yo contaba 30 años, él 31.
Él era un niño alto y esmirriado de pelo recio y crisposo, algo rizado, su cara era seria, socarrona en algunos momentos, por lo que siempre cargó con con ese lastre de chico imprevisible y audaz.
Estudioso, tenaz e inteligente, siempre fue un chico preocupado por su formación y su futuro. De pequeño habíamos jugado a juegos perdidos de niños, había visto muchas mañanas de reyes sus juguetes apenas estrenados, brillantes, con las articulaciones todavía duras, tenía unos tíos adinerados que siempre le compraron los últimos modelos del scalestric, los primeros coches teledirigidos con aparatosos mandos, él siempre me dejó jugar con ellos.
No fue mi mejor amigo, pero fue de esos que dejan huella, a los niños les cuesta poco ser nobles, cualidad intensamente ligada a la inocencia, pero en él era algo innato, espontáneo y evidente, algo que perdura en la memoria colectiva.
Me llamó una amiga esa mañana, la única que me queda del pueblo donde nací, la única que ha ido haciendo círculos de humo que no se ha llevado el aire.
Impresionada y conmocionada por la noticia, me dijo que no era justo, ¿ y quién sabe lo que es justo? le dije yo.
A mi amigo en la adolescencia le perdí la pista, como a muchos otros y otras, los estudios, después las carreras y después el rompecabezas de la vida de cada uno de nosotros, alguna vez que fui por el pueblo siempre me comentaban que estaba trabajando en América y viajando por medio mundo, también volvió poco al pueblo era un ser concebido en él, pero alimentado por un cordón umbilical que venía de fuera, de muy lejos, de barrios residenciales del extrarradio de Chicago, de internados de piedra gris del norte de Londres, de los centros de negocios llenos de pantallas de plasma con gráficos verdes chillones de Tokio o Singapur.
Aquel día por la tarde Pedro y yo habíamos quedado en ir a ver una exposición de pintura que había en una pequeña galería del centro de la ciudad, a mi se me quitaron las ganas, fui por acompañar a mi amigo y por quitarme de la cabeza a aquel niño que fue mi amigo de juegos y confidencias infantiles y que ahora se me presentaba como un fantasma mitad en mi conciencia, mitad en mi memoria, después de 15 años de apagón.
La exposición pasó sin pena ni gloria ante nuestra vista, insulsa, predecible, lienzos y más lienzos de color negro, los más gris oscuro, otros con manchas rojas y blancas.
Aquel primer día de otoño soplaba un viento frío y a las 8 de la tarde ya no eran las 8 de julio o agosto, y al salir por la puerta, notando el aire frío que soplaba y que hacía que me notase las mejillas como acartonadas, pensé en los colores negros de los lienzos de una forma triste y reposada sin saber que aquello era uno de los muchos caminos que podría recorrer, solo tenía que elegir el correcto.
Ha pasado un año desde que escribí esto, Alfonso tuvo un funeral muy bonito, fueron todos, hasta la vieja profesora ideal de todos nosotros y sobre todo de nuestras madres .Me contaron que fue bonito. Y lo sería yo no bajé, hace años que me fui a vivir a otra ciudad y la realidad que llevo años creándome me agarro y no me dejo ir ese día.
Hace 2 días cruzaba un puente sobre un río de aguas barrosas cuando me sonó el teléfono móvil, era mi amiga, la misma que me llamó el año pasado. Estaba contenta, va a ser madre y quería compartirlo conmigo.
Cada día sale el sol y se pone, llueve o hace aire, la gente coge taxis, y las flores se acaban marchitando y los pájaros vuelan y hacen sus nidos y crían y los ríos bajan con sus aguas limpias, únicas en su especie como una fórmula matemática que nos diese como resultado el infinito.
Como el ancho e interminable mar, infinito, inalcanzable, eternamente perdurable.
Sandra Lario Prada
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*EL DOLOR ES UN ANIMAL SALVAJE*
El fuego, la noche, los puñales, la herida y el dolor… aparecen y
reaparecen una y otra vez en los versos de *Sandra L...
1 comment:
¡Cuánto llevas dentro, amigo! Sigue sacándolo. Me gusta
PFA
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